Capitulo VI: Servicio Legionario.
1.-Debe revestirse de las armas de Dios
(Efesios 6,11)
La Legión de María toma su nombre de la legión romana, la cual es
considerada todavía hoy, después de tantos siglos, como dechado de lealtad,
valor, disciplina, resistencia y poder conquistador, a pesar de haber
empleado dichas cualidades para fines muchas veces ruines y siempre mundanos
(Véase apéndice 4). Es evidente que la Legión de María no podrá de manera
alguna presentarse ante su Capitana sin estar adornada de tan preciosas
virtudes. Sería el engaste sin la joya. De modo que las cualidades
mencionadas expresan el mínimun del servicio legionario. San Clemente,
convertido por San Pedro y colaborador de San Pablo, propone al ejército
romano como un modelo que la Iglesia debe imitar.
"¿Quiénes son los enemigos? Son los malvados que se resisten a la
voluntad de Dios. Así pues, entremos con determinación en la guerra de
Cristo, y sometámonos a sus gloriosas órdenes. Examinemos atentamente a los
que sirven en la legión romana bajo las autoridades militares, y observemos
su disciplina, su prontitud de obediencia en ejecutar sus órdenes. No todos
son prefectos, o tribunos, o centuriones, u oficiales inferiores. Pero cada
hombre, según su rango, ejecuta las órdenes del emperador y de sus oficiales
superiores. Los grandes no pueden subsistir sin los pequeños. Hay cierta
unidad orgánica que combina todas las partes de modo que cada cual ayuda a
todos y todos le ayudan a él.
Considereremos la analogía de nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no
es nada, como tampoco son nada los pies sin la cabeza. Aun los órganos más
íntimos de nuestro cuerpo son necesarios y valiosos para el cuerpo entero.
En efecto, todas las partes colaboran en mutua dependencia, y prestan una
obediencia común, en beneficio de todo el cuerpo" (San Clemente, Papa y
mártir, Epístola a los Corintios, año 96, capítulos 36 y 37).
2.-Debe ser un sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, y no conforme
a este mundo (Romanos 12,1-2)
Sobre esta base se levantarán en el alma de todo fiel legionario virtudes
tanto más excelsas cuanto más sublime es su causa comparada con la del
antiguo ejército romano. Y, sobre todo, vibrará su alma con esa noble
generosidad que arrancó a santa Teresa esta queja: «¡Recibir tanto, tanto, y
devolver tan poco! ¡Ay éste es mi martirio!». Y contemplando a su Señor
crucificado, a Aquel que le entregó hasta su último suspiro y la última gota
de su sangre, el legionario debe hacer el firme propósito de reflejar en su
servicio siquiera algo de tanta generosidad.
¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? (Is 5, 4)
3.-No debe rehuir "trabajos y fatigas" (2 Cor 11,27)
Aunque el católico celoso tiene que estar dispuesto siempre -en una u
otra parte del mundo- a enfrentarse a instrumentos de tortura y muerte -como
lo prueban hechos recientes-, el servicio legionario tiene, por lo común, un
campo de acción menos brillante. Así y todo, no escasearán las ocasiones de
practicar el heroísmo; callado, si se quiere, pero no por eso menos
verdadero. El apostolado legionario impondrá el acercarse a muchas personas
que preferían alejarse de toda sana influencia, y que no tendrán reparo en
manifestar su desagrado, al ser visitadas por aquellos que procuran el bien
y combaten el mal. Y a estos seres hay que ganárselos; y eso no será posible
si no es poniendo en juego un espíritu paciente y recio; ser el blanco del
ridículo y de las malas lenguas; cansancio del cuerpo y del espíritu; el
tormento del fracaso y de la innoble ingratitud; frío intenso, lluvias
torrenciales; suciedad, insectos, malos olores, pasillos oscuros, ambiente
sórdido; el privarse de pasatiempos y cargarse de preocupaciones, que
siempre se acumulan en las obras de caridad; la angustia que se apodera de
toda alma sensible a la vista del ateísmo y de la depravación; la
participación generosa en los dolores ajenos...Todas estas cosas tienen poco
de aparatosas; pero sobrellevadas con paciencia, más aun, consideradas como
goces, con perseverancia hasta el fin, vendrán a pesar en la balanza de la
divina Justicia casi tanto como el amor que excede a todo otro amor: el de
aquel que da la vida por sus amigos (Jn 15,13)
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (Sal 115, 12).
4.-Debe proceder con amor, "igual que Cristo nos amó y se entregó por
nosotros" (Efesios 5,2)
El secreto del éxito feliz en el trato con los demás está en establecer
contacto personal con ellos, un contacto de amor y simpatía mutua. Pero este
amor ha de ser más que meras apariencias: ha de saber resistir las pruebas
que entraña la verdadera amistad; esto exigirá a menudo alguna
mortificación. Saludar, en un ambiente de lujo y elegancia, a quien poco
antes se fue a visitar en la cárcel; andar por las calles con personas
andrajosas, estrechar cordialmente una mano mugrienta, aceptar un bocado en
una buhardilla pobre y sucia: estas cosas -y otras por el estilo- a algunos
les parecerán difíciles, pero, si se rehúyen, se descubrirá que esa amistad
era puramente fingida. Y ¿qué sucede? Se rompe el contacto, y aquella pobre
alma que se iba levantando, desilucionada, se vuelve a hundir en la
sensación de fracaso.
Toda obra, para ser realmente fructífera, debe radicar en cierta
disposición del alma a darse espontánea y totalmente a los demás. Sin ella,
el servicio legionario carece de vida. El legionario que pone límites:
<<hasta ese punto me sacrificaré, más no>>, nunca saldrá de lo trivial, por
más esfuerzos que haga. Pero teniendo esta pronta disposición -aunque ésta
no se desarrolle en toda su eficacia, o sólo en una mínima parte-
fructificará, sin embargo, en obras portentosas.
Contestó Jesús: ¿Tú darías la vida por mí? (Jn 13,38).
5.-Debe "correr hasta la meta" (2 Tim 4,7).
Esa entrega sin límites que deben tener los legionarios de María y esa
mirada a las cosas más altas lo hacen llegar a perseverar en toda obra que
realice. Pero no sólo hablamos de la perseverancia individual sino la de la
Legión entera. El hecho de cambiar de lugares a visitar y de personas
visitadas no hacen de la tarea algo inestable, ya que después de cada junta
la consigna es la misma: ¡Manteneos firmes! (2Tes 2, 15).
Calificar como irremediable algún caso da a entender que hay un alma de
inestimable valor que se está perdiendo; sería como un sembrador que espara
que la semilla brote tras sus pasos y, al no conseguirlo abandona la labor.
Por otra parte, el hecho de considerar de irremediable una situación
debilita el ánimo para todas las demás. Pero lo más triste es que, en tal
caso, ya no actuaría la fe como debiera en toda obra legionaria; solamente
se le daría lugar a la razón, y en un papel secundario.
La Legión, pues, se preocupa, ante todo y sobre todo, de proceder con
resolución y vigor, y, sólo de un modo secundario, de trazar un determinado
programa de actividades. A sus socios no les exige ni riquezas ni influencia
social, sino fe sin vascilar; no pide hazañas, sino esfuerzos constantes; no
genio y talento, sino amor insaciable; no fuerzas de gigantes, sino
disciplina férrea. El servicio legionario tiene que ser un perpetuo
¡Adelante!, cerrándose en absoluto y obstinadamente a todo desaliento;
inconmobible como una roca en momentos de crisis, y constante en todo
tiempo; deseoso del éxito feliz, pero humilde en su logro y desasido de él;
luchando contra el fracaso, pero, si viene, sin arredrarse por él; al
contrario, prosiguiendo la lucha hasta resarcirse de las pérdidas,
aprovechándose de las dificultades de la misma monotonía, como de un campo
donde desplegar su confianza y su resistencia ante un prolongado asedio.
Pronto a la voz del mando; alerta aún sin ser llamado; y siempre, aún cuando
no haya combate ni se divise al enemigo, centinela incansable de los
intereses de Dios. Con ánimo para lo imposible, pero contento de hacer de
mero sustituto. Nada demasiado costoso, ningún deber demasiado humilde; para
lo uno y para lo otro, la misma inagotable paciencia, atención igualmente
minuciosa, el mismo inflexible valor: cada obra, templada por la misma áurea
tenacidad. Siempre de servicio por las almas; siempre dispuesto a socorrer a
los débiles en sus momentos de flaquezas, y vigilante para sorprender a los
corazones endurecidos en sus escasos momentos de blandura, buscando sin
descanso a los extraviados; olvidado de sí, al pie de la cruz ajena, y allí
clavado, hasta que todo esté cumplido.
¡Nunca ha de desfallecer el servicio de una organización consagrada a la
Virgen Fiel, y que lleva -para honor o vergüenza suya- su bendito Nombre!.