V
LA DEVOCION LEGIONARIA
Las características de la devoción legionaria quedan
reflejadas en sus oraciones. En primer lugar, la Legión está cimentada
sobre una gran confianza en Dios y en el amor que Él nos tiene a
nosotros, sus hijos. Desea servirse de nuestros esfuerzos para gloria
suya, y, a fin de que fructifiquen constantemente, los quiere purificar.
Nosotros, por el contrario, solemos oscilar entre la apatía y la
ansiedad febril, y somos así porque consideramos a Dios como alguien
alejado de nuestro quehacer. Compenetrémonos, pues, con esta verdad:
que, si algún buen propósito tenemos, Él lo ha imbuido en nosotros, y si
este propósito, con el tiempo, da frutos, es tan sólo porque Él no deja
por un momento de vigorizar nuestros brazos. Más, muchísimo más que
nosotros se interesa Dios por la feliz ejecución de la obra que tenemos
entre manos; más, infinitamente más que nosotros desea Él esa conversión
que buscamos. ¿Queremos ser santos? Él lo anhela incomparablemente más
que nosotros.
Esta compenetración de nuestra voluntad con la de Dios, nuestro buen
Padre, ha de ser el firmísimo apoyo de todo legionario, en la doble
empresa de su santificación personal y de su servicio en favor de los
demás. Sólo la falta de confianza puede malograr el feliz resultado de
la obra. Si tenemos fe bastante, Dios se servirá de nosotros en la
conquista del mundo para gloria suya.
"Todo el que nace de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que
ha derrotado al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5,4).
"Creer quiere decir: "abandonarse" en la verdad misma de la Palabra
del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente "¡cuán
insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!" (Rom 11,33).
María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede
decirse, en el centro mismo de aquellos "inescrutables caminos" y de los
"insondables designios" de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de
la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está
dispuesto en el designio divino" (RMat, 14).
1.-Dios y María
Después de Dios, la Legión tiene su más firme apoyo en la devoción a
María, aquel portento inefable del Altísimo, como dice Pío IX.
Mas, ¿qué puesto ocupa María en relación a Dios? Como a todos los
demás hijos de hombre, Dios la sacó de la nada; y, aunque ya en el
momento inicial la ensalzó hasta una altura de gracia inmensa e
inconcebible, respecto de su Hacedor es como la nada. Ella, más que
nadie, es criatura suya, porque en Ella, más que en otra alguna, ha
obrado su Mano todopoderosa. Cuanto más hace por Ella, tanto más es
hechura suya.
Y muy grandes cosas hizo Dios en María: desde toda la eternidad la
asoció en su mente divina con el Redentor; la hizo entrar en los
misteriosos designios de su gracia, escogiéndola para Madre de su Hijo y
de todos los que estuviesen unidos a Él. Todo lo cual lo quiso Dios, en
primer lugar, porque María había de corresponder a la elección más
fielmente que todas las demás criaturas juntas; y en segundo lugar,
porque de este modo -misterio inaccesible a nuestra limitada razón-
acrecentaba la gloria que habíamos de darle también todos nosotros. Por
lo tanto, es imposible que ninguna oración o servicio de amor con que
obsequiemos a María como a Madre nuestra y Auxiliadora de nuestra
salvación pueda redundar en menoscabo de Aquél que quiso crearla así.
Cuanto le ofrezcamos a Ella, llega a Dios íntegro y seguro. Es más:
nuestra ofrenda, al pasar por manos de María, no sólo no sufre mengua,
sino que aumenta su valor. María no es una simple mensajera, ha sido
constituida por Dios como elemento vital en la economía de su gracia; de
suerte que su intervención le procura a Él una gloria mayor, y, a
nosotros, más copiosas gracias.
Y así como se complació el Eterno Padre en darnos a María como
abogada nuestra y en recibir de sus manos nuestros homenajes, de igual
manera se dignó hacerla Medianera de sus gracias; es decir, el Camino
por donde encauza el caudal de favores que tan a manos llenas derrama su
bondad todopoderosa, particularísimamente Aquel es la causa y fuente de
todos ellos: la Segunda Persona Divina hecha hombre, nuestra verdadera
Vida y única Salvación.
"Si deseo depender de la Madre es para hacerme siervo del Hijo; si
aspiro a ser todo de Ella, es para rendir a Dios mi homenaje de sujeción
con mayor fidelidad" (San Ildefonso).
2.-María, Medianera de todas las gracias
La confianza de la Legión en María no tiene límites, pues sabe que,
por disposición divina, tampoco tiene límites el poder de María. Dios
dio a María cuanto pudo darle, cuanto Ella era capaz de recibir, y se lo
dio sin medida; el mismo Dios nos la ha dado como medio especialísimo de
conseguir su gracia; porque ha dispuesto que, cuando obramos unidos a
Ella, tengamos más acceso a Él, y, en consecuencia, mayores garantías de
alcanzar sus dones. Realmente, así, nos sumergimos en la misma pleamar
de la divina gracia, ya que María es la Esposa del Espíritu Santo y el
canal por el que fluyen hasta nosotros cuantas gracias manan de la
Pasión de Jesucristo. No hay nada de cuanto recibimos que no lo debamos
a una intervención positiva de María; la cual, no contenta con
transmitir nuestras súplicas, las hace eficaces para alcanzar cuanto
piden.
Penetrada de una fe viva en este oficio mediador de María, la Legión
inculca la práctica de esta especial devoción a todos sus miembros.
"Mirad con qué amor tan ardiente quiere Dios que honremos a María: de tal
modo ha derramado en Ella la plenitud de todo bien, que toda nuestra
esperanza, toda gracia, toda salvación, todo -repito, y no lo dudemos- ,
todo nos viene por Ella" (San Bernardo, Sermo de Aquaeductu).
3.-María Inmaculada
La Legión vuelve sus ojos, en segundo término, a la Inmaculada
Concepción de María.
Ya en la primera junta de la Legión se reunieron los socios alrededor
de un altarcito de la Inmaculada, para orar y deliberar; y, hoy día, ese
mismo altar constituye el centro de todas las juntas leginarias, en todo
el mundo. Y se puede afirmar que el primer soplo de vida de la Legión
fue una jaculatoria en loor de este privilegio de María; privilegio que
preparó a esta excelsa Señora para recibir todas las demás prerrogativas
y grandezas que se le concedieron después.
La primera voz profética de la Escritura, al prometernos a María,
hizo ya mención de esta Concepción Inmaculada que forma parte de María,
que es María; ahí, juntamente con este privilegio, se presagia toda la
serie de maravillas que habían de arrancar de él, a saber: la Divina
Maternidad, el aplastar la cabeza de la serpiente infernal por medio de
la Redención, y la Maternidad espiritual de María respecto de los
hombres: "Pongo hostilidad entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el
suyo: Él pisará tu cabeza cuando hieras su talón" (Gén 3,15).
A estas palabras, dichas por Dios a Satanás, acude la legión a fin de
beber en ellas como en la fuente de su confianza y fotaleza en su lucha
contra el pecado. Aspira de todo corazón a ser el linaje de María, su
Descendencia en el pleno sentido de la palabra, porque en eso radica la
promesa de la victoria. Cuanto más se acentúa esa maternidad de María,
más se intensifica la oposición a las fuerzas del mal, y la victoria es
más completa.
"Las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo testamento, así como la
venerable Tradición, muestran el papel de la Madre del Salvador en el
proyecto de salvación, y hasta con indiscutible evidencia. Los libros
del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, por la que
la venida de Cristo a la tierra fue detenidamente preparada. Los
primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se comprenden a la
luz de una posterior y plena revelación, nos traen la figura de una
mujer, Madre del Redentor, presentándola con una luz cada vez más clara.
A la vista de esta luz, Ella está ya proféticamente prevista en la
promesa de una victoria sobre la serpiente, que les fue dada a nuestros
primeros padres caídos en el pecado" (cf. Gén 3,15) (LG,55).
4.-María, nuestra Madre
Si nos honramos con el título de hijos, forzosamente tendremos que
apreciar la maternidad de la que nos viene este título. De ahí que el
tercer aspecto de la devoción leginaria a María es honrarla
devotísimamente como a verdadera Madre nuestra que es.
Fue hecha Madre de Cristo cuando, al saludo del ángel, respondió
dando su humilde consentimiento: "Aquí está la esclava del Señor,
cúmplase en mí lo que me has dicho" (Lc 1,38). Nos fue dada como Madre
nuestra entre las angustias del Calvario, al decirle Jesús desde la
cruz: "Mujer, ése es tu hijo"; y al decirle a Juan: "Esa es tu Madre"
(Jn 19, 26-27). Estas palabras se dirigieron a todos los escogidos,
representados allí por Juan; y María, cooperando plenamente a la
Redención con su consentimiento y sus dolores, fue hecha entonces Madre
nuestra, en el sentido más profundo de la palabra Madre.
Somos verdaderos hijos de María, luego hemos de portarnos como tales:
como hijos pequeños, dependientes de Ella en todo. A Ella debemos acudir
para que nos alimente, nos guíe, nos instruya, cure nuestras dolencias,
nos consuele en nuestros pesares, nos aconseje en nuestras dudas, y nos
conduzca al buen camino cuando nos extraviemos, a fin de que, entregados
totalmente a su cuidado, crezcamos en la semejanza de nuestro Hermano
Mayor, Jesús, y compartamos con Él su misión de combatir el pecado y
vencerlo.
"María es Madre de la Iglesia, y no sólo porque es la Madre de Cristo
y su más íntima colaboradora en "la nueva economía, en la que el Hijo de
Dios tomó de Ella una naturaleza humana, pudiendo así, a través del
misterio de su carne, liberar al hombre del pecado; sino, también,
porque brilla ante la comunidad entera de los elegidos como modelo de
virtudes. Ninguna madre humana puede limitar su misión de madre al sólo
engendramiento de un nuevo ser. Deberá, además, criar y educar a su
prole. En este sentido, la bienaventurada Virgen María participó en el
sacrificio redentor de su Hijo, y de un modo tan íntimo, que mereció ser
proclamada por Él Madre, no sólo de su discípulo Juan, sino
-permítasenos afirmarlo- del género humano que éste simbolizaba; y
continúa ahora realizando desde el cielo su función maternal, como
cooperadora en el nacimiento y desarrollo de la vida divina en las almas
de cada uno de los redimidos. Ésta es una verdad en extremo consoladora,
que, por libre voluntad del sapientísimo Dios, forma parte integrante
del misterio de la salvación humana; por tanto debe ser considerada de
fe por todos los cristianos" (SM).
5.-La devoción legionaria, raíz del apotolado legionario
Uno de los deberes más sagrados de la Legión será manifestar
exteriormente esta tan acendrada devoción a la Madre de Dios, que tiene
en su corazón. Pero, como la Legión no puede actuar sino a través de sus
miembros, ruega encarecidamente a cada uno de éstos que asuma plenamente
este espíritu, haciéndolo objeto de seria meditación y alma de su
apostolado.
Si esta devoción a María ha de ser verdaderamente un tributo
legionario, es preciso que constituya una parte integral de la Legión,
un deber tan esencial a todos los socios como la junta semanal o el
trabajo activo; y, por lo tanto, todos han de participar en esta
devoción con perfecta unanimidad. De tan capital importancia es este
punto, que nunca acabarán los leginarios de grabárselo debidamente en su
mente.
Esta participación unánime del espíritu mariano es cosa muy delicada,
y, como en esto actúan todos, todos pueden comprometerla: de modo que
cada cual ha de salir fiador de ella como de un sagrado depósito. Si en
esto hay alguna deficiencia, si los legionarios no son como piedras
vivas, que van entrando en la construcción del edificio espiritual (1 Pe
2,5), entonces falla una parte esencial de la estructura de la Legión.
cada socio que se enfríe en su amor a María será una piedra caída del
edificio; y, si el espíritu general decayera del primitivo fervor, la
Legión vendría a ser no un refugio, sino una casa en ruinas: no podría
ya cobijar a sus hijos, y mucho menos sería hogar de nobleza y santidad,
ni punto de partida para empresas heroicas.
En cambio, unidos todos como un solo miembro en el puntual y
fervoroso cumplimiento de este deber del servicio legionario, no
solamente se destacará la Legión entre todas las organizaciones
católicas por su ardientísimo amor a María; estará, además, dotada de
maravillosa unidad de espíritu, de miras y de acción. Es tan preciosa a
los ojos de Dios esta unidad nacida del amor a la Virgen, que Dios le ha
conferido un poder irresistible. Pues, si sólo a un alma le vienen tan
grandes gracias por este camino real de la devoción a la Madre de Dios,
¿qué no ha de recibir toda una organización que persevera en oración con
María (Hch 1,14), con Aquella que todo lo ha recibido de Dios?
Participando -como participa- con Ella de un mismo espíritu, y entrando
tan de lleno por Ella en el plan divino sobre la distribución de las
gracias, ¿cómo no ha de estar dicha organización repleta del Espíritu
Santo? (Hch 2,4), ¿cómo no va a ser instrumento de muchos prodigios y
señales? (Hch 2,43).
"Orando en medio de los Apóstoles, y amándolos fervorosamente con su
corazón maternal, la Virgen hace bajar al Cenáculo ese tesoro que, en
adelante, enriquecerá siempre a la Iglesia: la plenitud del Paráclito,
la Dádiva suprema de Cristo" (JS).
6.¡Si María fuese conocida!
Al sacerdote, que lucha casi desesperadamente en un mar de
indiferencia religiosa, le recomendamos que lea las siguientes palabras
del padre Fáber, entresacadas de su introducción a "La Verdadera
Devoción a María", de San Luis Marís de Monfort, fuente perenne de
inspiración para la Legión; porque le darán pie para reflexionar en lo
útil que le puede ser la Legión. Prueba el mencionado Padre Fáber que la
triste condición de la almas es efecto de no conocer ni amar bastante a
María: "La devoción que le tenemos es limitada, mezquina y pobre; no
tiene confianza en sí misma. Por eso no se ama a Jesús, ni se convierten
los herejes, ni se ensalza a la Iglesia. Almas, que podrían ser santas,
se marchitan y mueren; no se frecuentan los sacramentos como es debido,
ni se evangeliza con entusiasmo y fervor. Jesús está oscurecido porque
María ha quedado en la penumbra. Miles de almas perecen porque impedimos
que se acerque a ellas María. Y la causa de todas estas funestísimas
desgracias, omisiones y desfallecimientos es esta miserable e indigna
caricatura que tenemos la osadía de llamar "nuestra devosión a la
Santísima Virgen". Si hemos de dar fe a las revelaciones de los Santos,
Dios nos está urgiendo a que tengamos a su bendita Madre una devoción
más profunda, más amplia, más robusta; una devoción muy otra de la que
hemos tenido hasta el presente...Pruébelo cada uno por sí mismo, y
quedará atónito al ver las gracias que trae consigo esta devoción nueva:
se obrará en su alma tal transformación, que no le dejará mucho tiempo
en la duda de su gran eficacia -insospechada antes- como medio de poner
a los hombres en el camino de su salvación y preparar el advenimiento
del Reinado de Cristo.
"A la Virgen poderosa le es dado aplastar la cabeza de la serpiente
infernal; a las almas unidas a Ella, vencer al pecado. En esto hemos de
poner una fe inquebrantable y una esperanza firme.
Dios está dispuesto a dárnoslo todo; luego todo depende de nosotros.
¡Y de Tí, Madre de Dios! ¡Tú lo recibes todo, y lo atesoras, para
hacerlo llegar hasta nosotros! Sí, todo depende de que se unan los
hombres con Aquella que todo lo recibe de Dios" (Gratry).
7.Manifestar a María al mundo
Si de tantos prodigios es instrumento la devoción a María, el
principal empeño tendrá que consistir en aplicar este instrumento, para
manifestar a María al mundo. La Legión está constituida por seglares, y,
por lo tanto, es ilimitada en cuanto al número de socios, y capaz de
abrirse camino en todas partes; por seglares apóstoles que aman a María
con todas sus fuerzas, y que quieren encender este mismo amor en los
demás corazones, utilizando, para conseguirlo, los múltiples recursos a
su alcance. ¿Quién duda, entonces, de que la Legión es la organización
llamada a realizar tan grande empresa?.
La Legión lleva con indecible orgullo el bendito nombre de María,
como organización tiene sus más hondos cimientos en una confianza
filial, ilimitada, en María; y da solidez a esos cimientos mediante la
implantación de esta confianza en el corazón de cada uno de sus
miembros; y se sirve luego de éstos como de otros tantos instrumentos,
dotados de perfecta armonía, lealtad y disciplina. Esta Legión de María
no considera presunción, sino justa medida de confianza, el creer que su
organización constituye -por decirlo así- un mecanismo apostólico que
sólo requiere la dirección de la Autoridad para conquistar al mundo
entero, y ser, en manos de María, un órgano destinado por Ella a ejercer
su función de Madre de las almas, y perpetuar su eterna misión de
aplastar la cabeza de la Serpiente.
"El que cumple la voluntad de mi Padre del Cielo, es hermano mío y
hermana y madre" (Mc 3,35). "¡Oh poder de la virtud! ¡A qué alturas no
eleva a los que la practican! En el transcurso de los siglos, ¡Cuántas
mujeres han envidiado la dicha de la benditísima Virgen! ¡Cuántas han
dicho que, a cambio de merecer la gracia de tan gloriosa maternidad,
hubieran sacrificado todo, todo! Y, sin embargo, ¿qué les impide a ella
participar en esa misma maternidad? Aquí el Evangelio habla de un nuevo
parentesco" (San Juan Crisóstomo).