SINTESIS MARIANA, que presenta lo más brevemente
posible el papel maravilloso de colaboración confiado a
María en la economía total de nuestra salvación. Si se
quiere, puede utilizarse en el acies como acto colectivo
de consagración, o -si se omite el primer párrafo- en
otras ocasiones.
Reina nuestra; Madre nuestra:
La pausa momentánea delante de tu estandarte nos
dio tiempo sólo para una declaración breve de nuestro
amor.
Ahora tenemos más libertad para dejar que nuestros
corazones se expansionen, y conviertan ese pequeño acto
de consagración en una profesión más plena de nuestra fe
en ti.
Nos damos cuenta de la inmensidad de nuestra
obligación para contigo.
Tú nos diste a Jesús, fuente de todo nuestro bien.
Si no fuera por ti, estaríamos todavía en la
tiniebla de un mundo perdido, de un mundo bajo la
antigua sentencia de muerte.
De aquel extremo de miseria ha querido rescatarnos
la Divina Providencia.
Fue de su agrado hacer uso de ti en ese
misericordioso designio, asignándote una parte que no
podía ser más noble.
Aunque dependiente en absoluto del Redentor, tú
fuiste constituida su compañera, acercándote a Él más
que criatura alguna, y hecha indispensable para su obra.
Desde toda la eternidad estabas tú con Él en la
intención de la Santísima Trinidad, participando en su
destino: preconizada con Él en la primera profecía, como
La Mujer de quien Él nacería; asociada a Él en las
súplicas de cuantos esperaban su advenimiento; unida con
Él por la gracia mediante tu Inmaculada Concepción, que
portentosamente te redimió; acompañándole en todos los
misterios de su vida mortal, desde el mensaje del ángel
hasta la cruz; establecida con Él en la gloria por tu
Asunción; sentada a su lado en su trono y administrando
con Él el reino de la gracia.
Entre todo el género humano, eras tú la única
bastante pura y fuerte en la fe y en el espíritu para
ser la nueva Eva, que, con el nuevo Adán, se tomaría el
desquite de la Caída.
Tu oración, llena ya del Espíritu Santo, trajo a
Jesús a la tierra.
Tu voluntad y tu carne le concibieron.
Tu leche le nutrió.
Tu amor sobrehumano le envolvió, y le hizo crecer
en años, y en fuerza y sabiduría.
Tú, en verdad, moldeaste a quien te hizo a ti.
Y, al llegar la hora ordenada para el sacrificio,
tú, en el Calvario, entregaste libremente al divino
Cordero a su misión y muerte redentora, sufriendo con Él
la plenitud del dolor, semejante al suyo.
Dolor tal, que hubieras muerto juntamente con Él si
no estuvieras reservada para poder velar sobre la
Iglesia naciente.
Habiendo sido por todo el curso de la Redención su
ayudante indispensable, no has sido menos necesaria para
Él en la economía cristiana.
Tu maternidad se extendió para recibir a todos
aquellos por quienes Él había muerto.
Haces el oficio de Madre para la humanidad, lo
mismo que para Él, porque somos uno en Él.
Cada hombre queda encomendado a tus pacientes
desvelos, hasta que, por fin, lo engendras tú a la vida
eterna.
Así como fue ordenado -para el cumplimiento del
plan de nuestra salvación- que tú fueses instrumento en
cada una de sus partes, así se ordenó que tu estuvieras
incluida en nuestro culto.
Hemos de apreciar lo que tú has hecho, y mediante
nuestra fe, nuestro amor, nuestro servicio, hemos de
procurar reconocerte debidamente.
Habiendo declarado de este modo la magnitud y la
dulzura de nuestra deuda para contigo, ¿qué más hay que
decir, sino repetir de todo corazón: "Somos todos tuyos,
Reina nuestra, Madre nuestra, y, cuanto tenemos, tuyo
es"?.
"Es la primera vez que un Concilio
Ecuménico haya presentado una síntesis tan extensa de la
doctrina católica acerca del lugar que ocupa María
Santísima en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Pero
tal síntesis está en conformidad con el fin que se había
propuesto el Concilio de manifestar el semblante de la
santa Iglesia. Pues María está unida a la Iglesia con
los más estrechos vínculos. Como se ha dicho
magníficamente: "Ella es la parte grandiosa de la
Iglesia, la mejor parte, la parte especial y acogida"
(Ruperto de Apoc).
Verdaderamente, la realidad de la
Iglesia no consiste solamente en su estructura
jerárquica, su liturgia, sus sacramentos, sus
declaraciones jurídicas. Su esencia más profunda, la
primera fuente de su eficaz poder de santificación, hay
que buscarla en su unión mística con Cristo. Esta unión
no puede considerarse divorciada de aquella que es la
Madre del Verbo Encarnado, a quien Jesucristo quiso
unirse tan íntimamente para realizar nuestra salvación.
Lo cual explica por qué, en esa perspectiva de la
Iglesia, es preciso insertar la amorosa contemplación de
las maravillas que Dios ha obrado en su santa Madre. El
conocimiento de la doctrina ortodoxa católica acerca de
María será siempre la clave para la recta comprensión
del misterio de Cristo y de la Iglesia.
"Siendo esto así, proclamamos a
María Santísima la Madre de la Iglesia; es decir, de
todo el pueblo de Dios, de los fieles y de sus pastores"
(Papa Pablo VI, Discurso durante el Concilio Vaticano II).